sábado, 5 de septiembre de 2015

Portugal

Mi idea al escribir estas líneas no es exactamente generar una pequeña guía de viaje que tenga que ser tomada en cuenta por personas que van a viajar a Portugal; más bien, es un conjunto de impresiones que me he llevado en la visita de este país, y que me gustaría compartir con la gente que ya lo ha visitado.

La primera característica que tuvo este viaje es la improvisación. Dos semanas antes, no sabíamos donde acabaríamos. Una semana antes, podíamos haber adivinado que, de haber salido, iríamos a Portugal. Pero no fue hasta la misma semana de partida cuando se concretó todo. Me parece que podríamos hablar de milagro de haber podido realizar las reservas y no haber dormido en la calle, en dos ciudades con una ocupación del 100 %.
En un principio, el viaje tendría lugar con mi hermano. De camino a la estación, sin embargo, se unió un amigo común, lo cual agradecen los dioses, pues, como es natural, existe cierta tendencia a la irascibilidad entre hermanos, en momentos puntuales.

Nuestra primera parada fue Porto. Después de pasar unos minutos de agobio con el billete, marchamos hacia Porto en un autobús de ALSA. Aquí, mentiría si dijese que fue un viaje cómodo y confortable, aunque tampoco uno puede pedir más de un viaje en autobús. Después de las interminables paradas y eventos que puedan interrumpir el sueño de uno, llegamos a Porto a las primeras horas de la mañana.
Para mi sorpresa, el autobús no nos dejó en el centro, sino cerca de la "Casa de la música". En ese momento me di cuenta de que había subestimado a esta ciudad del norte de Portugal. En mi mente, circulaba la idea de una ciudad pequeña y vetusta donde nada estaría a más de media hora andando. Supongo que subestimar las distancias en ciudades de menos de 4 millones de habitantes es una enfermedad propia de los que vivimos en Madrid.
La primera parada fue obligatoria. Café. Aviso a navegantes. El concepto del "café" en Portugal es bastante diferente. Se toma en una tacita muy pequeña, y es un café muy fuerte. De no estar caliente, podríamos considerarlo un chupito. Si queréis un café con leche, podéis utilizar la palabra "pingo". Terminado este aviso, he de decir que una de las cosas que más me sorprendió de Porto son los precios. No digo con ello que no hayan lugares prohibitivos para un mochilero como yo, y que no haya que andarse con ojo, pero en general, si buscas, por cinco euros puedes tener una comida completa.
Volviendo al desayuno, también debo remarcar un hermoso croissant de brioche, recién sacado del horno, que haría que en esta ciudad merezca la pena levantarse a las 6 de la mañana.



Tras desperdiciar el dinero en un ticket demasiado grande de metro (nuevo aviso: el metro en Porto no me pareció excesivamente útil, sobre todo, teniendo un recorrido lineal. Comprad los billetes justos), viajamos hasta el albergue, el "O2 hostel".
Sin intención de dilapidar al dueño del O2 hostel, quien no dejaba de ser una persona amable (y con quien arreglamos para que nuestro amigo, sin reserva, no durmiese en la calle), he de decir que su estrategia de negocio no va muy bien encaminada. Primero, el albergue, a pesar de estar abierto y de tener precios de albergue comunes, no estaba terminado. Una de las razones por las que uno va a un albergue es por el hecho de tener una cocina a tu disposición donde puedas hacerte una cena o un desayuno barato. De no haber sido Porto una ciudad muy barata, nos hubiese sido un auténtico inconveniente. En segundo lugar, creo que cuando eres dueño de un sitio como un hostal, tienes que cuidarlo como a un hijo, y ello conlleva ciertos aspectos de responsabilidad que eché de menos.


Después de pasar por el albergue, comenzó nuestra visita. He de decir que Porto es una ciudad singular, pero no una ciudad excesivamente grande, desde el punto de vista turístico; con ello, me refiero a que no es necesario ponerse las zapatillas de correr para visitarla, ni empezar a caminar a las 7. Puedes ver lo más importante en una mañana de carrerilla, y en un día entero con un poco más de calma.
Si tuviese que remarcar una característica especial de Porto, hablaría de su aspecto "original" o "genuino". Y no hablo de original como "nunca antes ideado", sino como "esto es y era así". Todavía puedes encontrar cafés y tiendas típicas, que no han sido desplazadas por las grandes superficies y las cadenas de restauración. Mismo, los comercios locales parecen mantener sus propias líneas. Por ejemplo, me hacía gracia lo difícil que era para mi distinguir los establecimientos donde se compraban pasteles y donde se cenaba. A menudo eran los mismos.

En cierto modo, es un viaje al pasado, aunque no absoluto. Todavía los coches, los bancos o las vestimentas de la gente te demuestran que no has cambiado de época. Sin embargo, también es cierto que no es un pasado muy bien conservado. El aspecto que más me llamó la atención es que la ciudad está, objetivamente, mal cuidada. Azulejos caídos, descorchones o incluso bloques derrumbados son elementos recurrentes en la arquitectura de Porto. Incluso monumentos como el mercado del Bolhao necesitan urgentemente una restauración que parece que nadie ha querido poner en marcha. Las cosas viejas tienen su encanto; incluso las rotas lo tienen. Sin embargo, si no te preocupas en conservar la ciudad, las cosas rotas se derrumbarán y las perderás.



Poco voy a comentar de nuestro intinerario; para eso ya están las guías de viaje. Comimos en un bar muy simpático y muy estiloso, en una callejuela de camino al centro. Luego volvimos al albergue, y tras descansar un poquito en un sofá, volvimos al camino, para visitar un parque aledaño al centro. Por la noche, fuimos a cenar una Francesinha con un conocido mío de mi viaje a Bélgica, con quien tuvimos una larga y amena conversación.
La Francesinha es una atracción de por si. Culinariamente, no podemos decir que sea nada fuera de la imaginación de una persona joven que esté sola un fin de semana, con una nevera llena y pocas ganas de ejercitar el ejercicio culinario. Consiste en un introducir un millón de ingredientes como carne, queso, jamón o salchichas entre dos lonchas de pan. Luego, se le recubre con queso fundido, y se le añade por encima una especie de salsa picante. Como digo, de por sí, un plato con tantos ingredientes no puede estar malo, y por tanto, menos interés culinario presenta. Su atractivo más bien, reside en como se ha incorporado a la cultura de la ciudad, generando incluso concursos de Francesinhas. Por lo visto, cada local tiene su propia receta, y en especial, su propia salsa, que es diferente y única a la del resto de sitios.


La cena la tuvimos en "Hard Club". Los antaño mercados típicos, tras la llegada de las grandes superficies, han tenido que readaptarse, o incluso desaparecer para dejar sus edificios para nuevos usos. Así ocurre con el "Hard Club", antaño un mercado del que no recuerdo el nombre, y hoy en día convertido en una sala "heavy" (por generalizar. Seguro que algún experto se quitaría los ojos con lo que acabo de decir), con un restaurante en la parte superior. Aunque debido a un problema técnico, tardaron MUCHO en servirnos, la ración era contundente, y el precio bastante bueno en comparación con lo "chic" del sitio. Me hizo gracia que mi asiento fuese un medio barril cortado por la mitad y acolchado.


Finalmente, mi amigo nos llevó a recorrer la zona de bares (por lo visto, en Porto puedes encontrar vida nocturna un lunes. Todavía no hay una prohibición estricta con el consumo de alcohol en la calle), y a una especie de descampado con unas vistas espectaculares de la ribera del Duero. Desde Porto, la ribera es especialmente bonita gracias a los carteles luminosos de las diferentes bodegas de Porto que se encuentran instaladas en la ciudad vecina de Vilanova de Gaia. No deja de ser irónico que el porto madure en Gaia.


Al día siguiente conocimos a una viajera de Puerto Rico (que no es ni Costa Rica ni Estados Unidos) fabulosamente excepcional, que nos acompañaría parte del viaje. Después de montar unas sillas de IKEA en el albergue (aún en construcción) y desayunar, comenzamos una segunda visita por el centro de Porto, y tras visitar la catedral ("Sé de Porto"), comimos otra Francesinha y cruzamos el puente de Luis I.
Al otro lado del puente encontramos la ciudad de Villanova de Gaia, célebre por las múltiples bodegas que tiene junto al río. Entramos a la bodega "Ferreria" a visitar la bodega y tener una cata. Como ya era tarde, solo quedaba un grupo de visitas en francés, así que en francés visitamos la bodega. Durante la cata (que ya podría ser un poco más generosa) estuvimos practicando nuestro francés con una amable pareja francesa.
Después del albergue, fuimos a cenar a un restaurante sumamente barato, y tras la cena conocimos a otro viajero, esta vez, un ciclista.


Al día siguiente, cogimos el Intercitades entre Porto y Lisboa. La verdad es que se me hizo bastante insoportable el viaje. A la llegada, no nos complicamos mucho, y comimos un bocadillo en un Subway; mala idea, siempre es mejor complicarse. Aquí nos separamos de nuestra amiga, y volvemos a la ruta.
En Lisboa, notamos nada más llegar un cambio de look. Mientras que Porto parece una ciudad antigua y vetusta, Lisboa tiene un aspecto metropolitano y moderno, y se nota la cercanía del mar de una forma diferente. Lo que más me sigue llamando la atención es la especie de "anarquía" que reinaba en la ciudad en ciertos aspectos, si la comparamos con mi urbe, Madrid. El tráfico, la gente bebiendo en la calle, la gente vendiéndote droga al caminar. ¡Ojo!, no digo que Lisboa sea de ninguna manera una ciudad peligrosa de la que convenga alejarse, ni una ciudad gobernada por el "incivismo". Más bien, me pareció un rasgo de ingenuidad, como si las prohibiciones y las multas todavía no hubiesen terminado de llegar a la ciudad. También me llamó la atención el aspecto físico de los policías. En España, desde hace algunos años, estamos acostumbrados a ver policías muy altos, fuertes y jóvenes patruyando la ciudad (ya no se encuentran a los hombres de Paco tan fácilmente). En Lisboa, al menos por lo que ví, parece que la policía no ha incorporado las pruebas físicas estrictas. Quizás esta observación es un pelín casposa, pero no me dejó de llamar la atención.
El albergue, el Origami Hostel, era un lugar entrañable. Una gente genial, unas instalaciones suficientemente cómodas, y un ambiente  juvenil. Os lo recomiendo totalmente.
Nuestra visita del primer día tuvo lugar por lo que es el castillo de San Jorge y el centro de la ciudad. Después de la larguísima caminata (en la que mentiría si dijese que no nos perdimos), volvimos al albergue a hacer unos espaguetis (hay una notable diferencia de precios entre el centro de Lisboa y Porto). A la par que cenábamos, conocimos gente de Canadá, Australia y Chile.

Puesto que ya era nuestra última noche, intentamos salir de fiesta por la Pink Street de Lisboa. Pero nuestro cansancio ya era manifiesto. Si bien, pudimos observar el ambiente perfectamente, no pudimos disfrutarlo. Dimos vuelta al poco tiempo.

A la mañana siguiente, tras un "pequeño" susto con las llaves (que afortunadamente estaban en la cocina, y no puestas en la puerta del albergue), pusimos rumbo a Belem, utilizando una combinación entre metro y bus. De camino, casi soy atropellado por un taxista; un taxista realmente inocente de atropellarme, pues era yo el que cruzaba en rojo. He de decir a mi favor que en una ciudad cuyo punto flojo es sin duda lo caótico del tráfico, no es difícil despistarse. Por suerte, aquí estoy, escribiendo este blog.

Comenzando nuestro recorrido junto al "Padrao dos Descobrimientos", y caminamos junto a la riviera hasta la torre de Belem, pasando al lado de diferentes puertos navales, y tomando hermosas panorámicas con el puente del 25 de Abril. Pese a ser un puente colosal y magnífico, siento un poco de pena por él, pues no hay nadie que se saque la foto con él sin imaginarse que es su primo mayor, el Golden Gate de San Francisco.


La torre de Belem me pareció un pequeño chasco. Quizás, por no entrar al interior. De vuelta, volvimos por el otro lado de la autopista, de camino al monasterio de los Jerónimos, al que, vista la cola, decidimos no entrar. No sé si no me arrepiento de esta decisión. Sea como sea, pusimos rumbo de vuelta al albergue a pié. De camino, comimos comida de regimiento en el lugar más barato que encontramos, y sacamos unas cuantas panorámicas del puente. La chica del albergue pareció sorprendida cuando le comentamos nuestra caminata.

Finalmente, preparamos unos bocadillos y descansamos hasta la hora de poner rumbo a la estación, donde por casualidad, nos encontramos con un amigo y su novia. Dicen que el mundo es pequeño. La vuelta fue infinitamente más cómoda que la ida.

Y aquí acaba este viaje. Mi impresión es que el viaje ha sido corto para comprender la realidad portuguesa, aunque si creo haber visto un país un poco más sencillo y ligeramente más ingenuo que el mío, sobre todo en Porto. La realidad de lo que tenía que haber sido una ciudad como la mía antes de que llegasen miles de franquicias y tiendas de ropa a llenar las avenidas. Ciudades en las que las prohibiciones de la Madrid actual no se han terminado de asumir (y quizás, para mis adentros, espero que no lo hagan).

sábado, 24 de enero de 2015

Medicamentos naturales milagrosos y medicamentos científicamente probados nefastos

Entender que existe un problema o una contradicción es un paso; aportar una respuesta que nos permita resolverlos, otro. Y desgraciadamente el primer paso no implica necesariamente el segundo.


Hoy, de nuevo, discutía con alguien sobre las medicinas naturales. Medicinas naturales o alternativas que valen a 70 euros en la farmacia, pero que no benefician a las farmacéuticas.

El caso es que existen varios argumentos que se repiten de manera casi constante en la argumentación pro-natural:

  1. A mi y a otra gente le funciona.
  2. Hay estudios que lo demuestran, aunque no se cuales ni como.
  3. Si me dices que hay estudios que lo desdicen, es que están financiados por farmacéuticas.
El caso que más me llama la atención es el del Gynko biloba, una planta gimnosperma, único ejemplar ya de lo que fue la división Gynkophyta, y al que se le atribuyen todo tipo de características curativas.


Mientras que diversos médicos y pacientes aseguran sus increíbles propiedades curativas, ninguna propiedad curativa puede llegar a ser científicamente demostrada. Es posible sospechar de que dichas propiedades curativas no existan. Sin embargo, cuando le planteas esto a un pro-naturales (utilizo un término algo pobre, lo reconozco), la respuesta es que no interesa al poder económico.

Si han abierto el link que he escrito antes, verán que Gynko le permite a muchos embolsarse 500 millones de euros anuales: es decir, el Gynko, para estar tan fuera del interés económico, mueve bastante dinero. La lista de fármacos naturales y suplementos alimenticios que le han encargado distintas personas a mi abuela tiene productos que valen 70 euros la caja. ¿Están fuera del poder económico? Y lo más interesante: ¿Quién vende estos productos? ¿Cooperativas de granjeros hippies que producen fuera del sistema económico y los venden para cubrir costes? ¿O simplemente farmacéuticas y compañías afines?.

Es más. Hay quien dice que los grandes estudios de las farmacéuticas no justifican nada (vaya paripé de dos décadas que se montan). Es decir, que ni siquiera tienen interés en venderte cosas que curen. En cambio, un bote de pastillas con extractos de cualquier hierba medicinal sin que nadie estudie de manera controlada sus propiedades si. Cuando discutes con un pro-medicina natural, parece que cualquier cosa que salga de una planta va a ser milagrosa; mientras que cualquier cosa que haya sido producido por los métodos convencionales, es un vil engaño y es nefasto. Incluso, he llegado a oír que las medicinas naturales son el futuro, y que las medicinas convencionales son el pasado, que vienen a ser recetadas por médicos "conservadores". ¡Ah!. Osea que olvidarnos del rigor y volver al chamanismo y a los curanderos es el futuro y no el pasado.

No creo.

Lo que tenemos que tener claro, es que si que existe un problema: farmacéuticas enormes, que facturan miles de millones, que con sus patentes impiden que muchos tratamientos lleguen a quien más lo necesita; farmacéuticas que impiden el desarrollo de ciertos fármacos porque no les sale rentable llevarlos hasta el final del estudio. Pero ojo. Este problema no se soluciona metiendo hierbas del jardín en pastillas y asegurando que curan hasta el aburrimiento: se soluciona construyendo una alternativa de producción de fármacos que no dependa únicamente de las grandes compañías, que ante todo, buscan llenar sus bolsillos de dinero.