sábado, 5 de septiembre de 2015

Portugal

Mi idea al escribir estas líneas no es exactamente generar una pequeña guía de viaje que tenga que ser tomada en cuenta por personas que van a viajar a Portugal; más bien, es un conjunto de impresiones que me he llevado en la visita de este país, y que me gustaría compartir con la gente que ya lo ha visitado.

La primera característica que tuvo este viaje es la improvisación. Dos semanas antes, no sabíamos donde acabaríamos. Una semana antes, podíamos haber adivinado que, de haber salido, iríamos a Portugal. Pero no fue hasta la misma semana de partida cuando se concretó todo. Me parece que podríamos hablar de milagro de haber podido realizar las reservas y no haber dormido en la calle, en dos ciudades con una ocupación del 100 %.
En un principio, el viaje tendría lugar con mi hermano. De camino a la estación, sin embargo, se unió un amigo común, lo cual agradecen los dioses, pues, como es natural, existe cierta tendencia a la irascibilidad entre hermanos, en momentos puntuales.

Nuestra primera parada fue Porto. Después de pasar unos minutos de agobio con el billete, marchamos hacia Porto en un autobús de ALSA. Aquí, mentiría si dijese que fue un viaje cómodo y confortable, aunque tampoco uno puede pedir más de un viaje en autobús. Después de las interminables paradas y eventos que puedan interrumpir el sueño de uno, llegamos a Porto a las primeras horas de la mañana.
Para mi sorpresa, el autobús no nos dejó en el centro, sino cerca de la "Casa de la música". En ese momento me di cuenta de que había subestimado a esta ciudad del norte de Portugal. En mi mente, circulaba la idea de una ciudad pequeña y vetusta donde nada estaría a más de media hora andando. Supongo que subestimar las distancias en ciudades de menos de 4 millones de habitantes es una enfermedad propia de los que vivimos en Madrid.
La primera parada fue obligatoria. Café. Aviso a navegantes. El concepto del "café" en Portugal es bastante diferente. Se toma en una tacita muy pequeña, y es un café muy fuerte. De no estar caliente, podríamos considerarlo un chupito. Si queréis un café con leche, podéis utilizar la palabra "pingo". Terminado este aviso, he de decir que una de las cosas que más me sorprendió de Porto son los precios. No digo con ello que no hayan lugares prohibitivos para un mochilero como yo, y que no haya que andarse con ojo, pero en general, si buscas, por cinco euros puedes tener una comida completa.
Volviendo al desayuno, también debo remarcar un hermoso croissant de brioche, recién sacado del horno, que haría que en esta ciudad merezca la pena levantarse a las 6 de la mañana.



Tras desperdiciar el dinero en un ticket demasiado grande de metro (nuevo aviso: el metro en Porto no me pareció excesivamente útil, sobre todo, teniendo un recorrido lineal. Comprad los billetes justos), viajamos hasta el albergue, el "O2 hostel".
Sin intención de dilapidar al dueño del O2 hostel, quien no dejaba de ser una persona amable (y con quien arreglamos para que nuestro amigo, sin reserva, no durmiese en la calle), he de decir que su estrategia de negocio no va muy bien encaminada. Primero, el albergue, a pesar de estar abierto y de tener precios de albergue comunes, no estaba terminado. Una de las razones por las que uno va a un albergue es por el hecho de tener una cocina a tu disposición donde puedas hacerte una cena o un desayuno barato. De no haber sido Porto una ciudad muy barata, nos hubiese sido un auténtico inconveniente. En segundo lugar, creo que cuando eres dueño de un sitio como un hostal, tienes que cuidarlo como a un hijo, y ello conlleva ciertos aspectos de responsabilidad que eché de menos.


Después de pasar por el albergue, comenzó nuestra visita. He de decir que Porto es una ciudad singular, pero no una ciudad excesivamente grande, desde el punto de vista turístico; con ello, me refiero a que no es necesario ponerse las zapatillas de correr para visitarla, ni empezar a caminar a las 7. Puedes ver lo más importante en una mañana de carrerilla, y en un día entero con un poco más de calma.
Si tuviese que remarcar una característica especial de Porto, hablaría de su aspecto "original" o "genuino". Y no hablo de original como "nunca antes ideado", sino como "esto es y era así". Todavía puedes encontrar cafés y tiendas típicas, que no han sido desplazadas por las grandes superficies y las cadenas de restauración. Mismo, los comercios locales parecen mantener sus propias líneas. Por ejemplo, me hacía gracia lo difícil que era para mi distinguir los establecimientos donde se compraban pasteles y donde se cenaba. A menudo eran los mismos.

En cierto modo, es un viaje al pasado, aunque no absoluto. Todavía los coches, los bancos o las vestimentas de la gente te demuestran que no has cambiado de época. Sin embargo, también es cierto que no es un pasado muy bien conservado. El aspecto que más me llamó la atención es que la ciudad está, objetivamente, mal cuidada. Azulejos caídos, descorchones o incluso bloques derrumbados son elementos recurrentes en la arquitectura de Porto. Incluso monumentos como el mercado del Bolhao necesitan urgentemente una restauración que parece que nadie ha querido poner en marcha. Las cosas viejas tienen su encanto; incluso las rotas lo tienen. Sin embargo, si no te preocupas en conservar la ciudad, las cosas rotas se derrumbarán y las perderás.



Poco voy a comentar de nuestro intinerario; para eso ya están las guías de viaje. Comimos en un bar muy simpático y muy estiloso, en una callejuela de camino al centro. Luego volvimos al albergue, y tras descansar un poquito en un sofá, volvimos al camino, para visitar un parque aledaño al centro. Por la noche, fuimos a cenar una Francesinha con un conocido mío de mi viaje a Bélgica, con quien tuvimos una larga y amena conversación.
La Francesinha es una atracción de por si. Culinariamente, no podemos decir que sea nada fuera de la imaginación de una persona joven que esté sola un fin de semana, con una nevera llena y pocas ganas de ejercitar el ejercicio culinario. Consiste en un introducir un millón de ingredientes como carne, queso, jamón o salchichas entre dos lonchas de pan. Luego, se le recubre con queso fundido, y se le añade por encima una especie de salsa picante. Como digo, de por sí, un plato con tantos ingredientes no puede estar malo, y por tanto, menos interés culinario presenta. Su atractivo más bien, reside en como se ha incorporado a la cultura de la ciudad, generando incluso concursos de Francesinhas. Por lo visto, cada local tiene su propia receta, y en especial, su propia salsa, que es diferente y única a la del resto de sitios.


La cena la tuvimos en "Hard Club". Los antaño mercados típicos, tras la llegada de las grandes superficies, han tenido que readaptarse, o incluso desaparecer para dejar sus edificios para nuevos usos. Así ocurre con el "Hard Club", antaño un mercado del que no recuerdo el nombre, y hoy en día convertido en una sala "heavy" (por generalizar. Seguro que algún experto se quitaría los ojos con lo que acabo de decir), con un restaurante en la parte superior. Aunque debido a un problema técnico, tardaron MUCHO en servirnos, la ración era contundente, y el precio bastante bueno en comparación con lo "chic" del sitio. Me hizo gracia que mi asiento fuese un medio barril cortado por la mitad y acolchado.


Finalmente, mi amigo nos llevó a recorrer la zona de bares (por lo visto, en Porto puedes encontrar vida nocturna un lunes. Todavía no hay una prohibición estricta con el consumo de alcohol en la calle), y a una especie de descampado con unas vistas espectaculares de la ribera del Duero. Desde Porto, la ribera es especialmente bonita gracias a los carteles luminosos de las diferentes bodegas de Porto que se encuentran instaladas en la ciudad vecina de Vilanova de Gaia. No deja de ser irónico que el porto madure en Gaia.


Al día siguiente conocimos a una viajera de Puerto Rico (que no es ni Costa Rica ni Estados Unidos) fabulosamente excepcional, que nos acompañaría parte del viaje. Después de montar unas sillas de IKEA en el albergue (aún en construcción) y desayunar, comenzamos una segunda visita por el centro de Porto, y tras visitar la catedral ("Sé de Porto"), comimos otra Francesinha y cruzamos el puente de Luis I.
Al otro lado del puente encontramos la ciudad de Villanova de Gaia, célebre por las múltiples bodegas que tiene junto al río. Entramos a la bodega "Ferreria" a visitar la bodega y tener una cata. Como ya era tarde, solo quedaba un grupo de visitas en francés, así que en francés visitamos la bodega. Durante la cata (que ya podría ser un poco más generosa) estuvimos practicando nuestro francés con una amable pareja francesa.
Después del albergue, fuimos a cenar a un restaurante sumamente barato, y tras la cena conocimos a otro viajero, esta vez, un ciclista.


Al día siguiente, cogimos el Intercitades entre Porto y Lisboa. La verdad es que se me hizo bastante insoportable el viaje. A la llegada, no nos complicamos mucho, y comimos un bocadillo en un Subway; mala idea, siempre es mejor complicarse. Aquí nos separamos de nuestra amiga, y volvemos a la ruta.
En Lisboa, notamos nada más llegar un cambio de look. Mientras que Porto parece una ciudad antigua y vetusta, Lisboa tiene un aspecto metropolitano y moderno, y se nota la cercanía del mar de una forma diferente. Lo que más me sigue llamando la atención es la especie de "anarquía" que reinaba en la ciudad en ciertos aspectos, si la comparamos con mi urbe, Madrid. El tráfico, la gente bebiendo en la calle, la gente vendiéndote droga al caminar. ¡Ojo!, no digo que Lisboa sea de ninguna manera una ciudad peligrosa de la que convenga alejarse, ni una ciudad gobernada por el "incivismo". Más bien, me pareció un rasgo de ingenuidad, como si las prohibiciones y las multas todavía no hubiesen terminado de llegar a la ciudad. También me llamó la atención el aspecto físico de los policías. En España, desde hace algunos años, estamos acostumbrados a ver policías muy altos, fuertes y jóvenes patruyando la ciudad (ya no se encuentran a los hombres de Paco tan fácilmente). En Lisboa, al menos por lo que ví, parece que la policía no ha incorporado las pruebas físicas estrictas. Quizás esta observación es un pelín casposa, pero no me dejó de llamar la atención.
El albergue, el Origami Hostel, era un lugar entrañable. Una gente genial, unas instalaciones suficientemente cómodas, y un ambiente  juvenil. Os lo recomiendo totalmente.
Nuestra visita del primer día tuvo lugar por lo que es el castillo de San Jorge y el centro de la ciudad. Después de la larguísima caminata (en la que mentiría si dijese que no nos perdimos), volvimos al albergue a hacer unos espaguetis (hay una notable diferencia de precios entre el centro de Lisboa y Porto). A la par que cenábamos, conocimos gente de Canadá, Australia y Chile.

Puesto que ya era nuestra última noche, intentamos salir de fiesta por la Pink Street de Lisboa. Pero nuestro cansancio ya era manifiesto. Si bien, pudimos observar el ambiente perfectamente, no pudimos disfrutarlo. Dimos vuelta al poco tiempo.

A la mañana siguiente, tras un "pequeño" susto con las llaves (que afortunadamente estaban en la cocina, y no puestas en la puerta del albergue), pusimos rumbo a Belem, utilizando una combinación entre metro y bus. De camino, casi soy atropellado por un taxista; un taxista realmente inocente de atropellarme, pues era yo el que cruzaba en rojo. He de decir a mi favor que en una ciudad cuyo punto flojo es sin duda lo caótico del tráfico, no es difícil despistarse. Por suerte, aquí estoy, escribiendo este blog.

Comenzando nuestro recorrido junto al "Padrao dos Descobrimientos", y caminamos junto a la riviera hasta la torre de Belem, pasando al lado de diferentes puertos navales, y tomando hermosas panorámicas con el puente del 25 de Abril. Pese a ser un puente colosal y magnífico, siento un poco de pena por él, pues no hay nadie que se saque la foto con él sin imaginarse que es su primo mayor, el Golden Gate de San Francisco.


La torre de Belem me pareció un pequeño chasco. Quizás, por no entrar al interior. De vuelta, volvimos por el otro lado de la autopista, de camino al monasterio de los Jerónimos, al que, vista la cola, decidimos no entrar. No sé si no me arrepiento de esta decisión. Sea como sea, pusimos rumbo de vuelta al albergue a pié. De camino, comimos comida de regimiento en el lugar más barato que encontramos, y sacamos unas cuantas panorámicas del puente. La chica del albergue pareció sorprendida cuando le comentamos nuestra caminata.

Finalmente, preparamos unos bocadillos y descansamos hasta la hora de poner rumbo a la estación, donde por casualidad, nos encontramos con un amigo y su novia. Dicen que el mundo es pequeño. La vuelta fue infinitamente más cómoda que la ida.

Y aquí acaba este viaje. Mi impresión es que el viaje ha sido corto para comprender la realidad portuguesa, aunque si creo haber visto un país un poco más sencillo y ligeramente más ingenuo que el mío, sobre todo en Porto. La realidad de lo que tenía que haber sido una ciudad como la mía antes de que llegasen miles de franquicias y tiendas de ropa a llenar las avenidas. Ciudades en las que las prohibiciones de la Madrid actual no se han terminado de asumir (y quizás, para mis adentros, espero que no lo hagan).

sábado, 24 de enero de 2015

Medicamentos naturales milagrosos y medicamentos científicamente probados nefastos

Entender que existe un problema o una contradicción es un paso; aportar una respuesta que nos permita resolverlos, otro. Y desgraciadamente el primer paso no implica necesariamente el segundo.


Hoy, de nuevo, discutía con alguien sobre las medicinas naturales. Medicinas naturales o alternativas que valen a 70 euros en la farmacia, pero que no benefician a las farmacéuticas.

El caso es que existen varios argumentos que se repiten de manera casi constante en la argumentación pro-natural:

  1. A mi y a otra gente le funciona.
  2. Hay estudios que lo demuestran, aunque no se cuales ni como.
  3. Si me dices que hay estudios que lo desdicen, es que están financiados por farmacéuticas.
El caso que más me llama la atención es el del Gynko biloba, una planta gimnosperma, único ejemplar ya de lo que fue la división Gynkophyta, y al que se le atribuyen todo tipo de características curativas.


Mientras que diversos médicos y pacientes aseguran sus increíbles propiedades curativas, ninguna propiedad curativa puede llegar a ser científicamente demostrada. Es posible sospechar de que dichas propiedades curativas no existan. Sin embargo, cuando le planteas esto a un pro-naturales (utilizo un término algo pobre, lo reconozco), la respuesta es que no interesa al poder económico.

Si han abierto el link que he escrito antes, verán que Gynko le permite a muchos embolsarse 500 millones de euros anuales: es decir, el Gynko, para estar tan fuera del interés económico, mueve bastante dinero. La lista de fármacos naturales y suplementos alimenticios que le han encargado distintas personas a mi abuela tiene productos que valen 70 euros la caja. ¿Están fuera del poder económico? Y lo más interesante: ¿Quién vende estos productos? ¿Cooperativas de granjeros hippies que producen fuera del sistema económico y los venden para cubrir costes? ¿O simplemente farmacéuticas y compañías afines?.

Es más. Hay quien dice que los grandes estudios de las farmacéuticas no justifican nada (vaya paripé de dos décadas que se montan). Es decir, que ni siquiera tienen interés en venderte cosas que curen. En cambio, un bote de pastillas con extractos de cualquier hierba medicinal sin que nadie estudie de manera controlada sus propiedades si. Cuando discutes con un pro-medicina natural, parece que cualquier cosa que salga de una planta va a ser milagrosa; mientras que cualquier cosa que haya sido producido por los métodos convencionales, es un vil engaño y es nefasto. Incluso, he llegado a oír que las medicinas naturales son el futuro, y que las medicinas convencionales son el pasado, que vienen a ser recetadas por médicos "conservadores". ¡Ah!. Osea que olvidarnos del rigor y volver al chamanismo y a los curanderos es el futuro y no el pasado.

No creo.

Lo que tenemos que tener claro, es que si que existe un problema: farmacéuticas enormes, que facturan miles de millones, que con sus patentes impiden que muchos tratamientos lleguen a quien más lo necesita; farmacéuticas que impiden el desarrollo de ciertos fármacos porque no les sale rentable llevarlos hasta el final del estudio. Pero ojo. Este problema no se soluciona metiendo hierbas del jardín en pastillas y asegurando que curan hasta el aburrimiento: se soluciona construyendo una alternativa de producción de fármacos que no dependa únicamente de las grandes compañías, que ante todo, buscan llenar sus bolsillos de dinero.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Mis reflexiones sobre la superpoblación

Hay quien piensa que el hecho de "reflexionar" permite resolver problemas. Yo creo que la mayor parte de las veces, no permite resolver problemas sino al contrario, darte cuenta de que existen. Y ojo, no es ninguna pérdida de tiempo. El hecho de saber que hay un problema pendiente de solución es previo a encontrarle una solución.

En este caso, he estado pensando sobre la relación que existe entre la tecnología, la producción agraria, la superpoblación, el medio ambiente y el tocino.

No es un problema nada nuevo. Antes vivíamos de la caza y la recolección, sin mucha diferencia con el resto de los animales, y bailamos con la extinción constantemente, hasta que descubrimos que al meter una semilla en tierra húmeda sale una planta. La agricultura y la ganadería permite el inicio de la cultura y la civilización. La escritura, la cerveza, el calendario, la metalurgia. El arado, la arquitectura. La pólvora. La máquina de vapor. El motor de gasoil. La aviación. El ciclo Haber-Bosch. La bomba atómica. Los computadores. Los satélites. Y en todo esto, somos nada más y nada menos que 7000 millones de habitantes en el globo terráqueo.

Hay gente que es pesimista, y habla de que somos demasiados. Y si, es cierto que somos demasiados, pero ¡Oye! ¡A mi me gusta existir!. Y no creo que los que dicen que somos demasiados tengan ganas de dejar de existir (ahora, después de leer lo que he escrito, me doy cuenta que algunos comentarios pueden sonar excesivamente antiabortistas. Hay que diferenciar contextos).

Dejando a parte este hecho, reconozco que enunciado de manera un poco infantil, es cierto que da lugar a ciertas incógnitas el aumento de la población mundial. Por ahora, sabemos que la población aumenta a  pasos agigantados, y los datos no paran de oscilar respecto al futuro, pero a nadie le extraña una cita del tipo "en el año 2020 seremos nueve mil millones de personas en el mundo" (en concreto, seremos 7'7 mil millones de personas, según alguna estimación que leo en la Wikipedia).

Mientras que la población de manera exponencial ("muy exponencial", si miramos los últimos 200 años), la superficie cultivable se mantiene constante. Este detalle resulta sumamente interesante. Muchos teóricos del ecologismo hablan de que es necesario desintensificar la agricultura para diminuír el impacto de la agricultura en el medio ambiente. Sin embargo, es difícil explicar como disminuír la intensificación en un planeta al que se le acaba la tierra cultivable y en el que la población humana no para de aumentar (quizás cortando bosque amazónico, pero ni produciríamos demasiado ni creo que los amigos del medio ambiente quieran pasar por ello. Personalmente, creo que lo peor que podíamos hacer es cambiar lo poco que queda de selva para plantar vulgares cultivos de soja).

Por otro lado, es cierto que la intensificación devora los recursos naturales. Vamos camino de plantar sobre arena en el mejor de los casos, y en el peor, de plantar sobre terrenos contaminados con todo tipo de metales pesados. Al mismo tiempo, el nivel del mar promete con aumentar, y el cambio climático va a generar un cambio sustancial en los ecosistemas. Este último punto es bastante conflictivo. Mayor temperatura global no significa más calorcito, sino un sistema más turbulento. Y ahí lo dejo. Tampoco se demasiado al respecto.

Cualquiera diría que estamos entre la espada y la pared. La espada, el enorme aumento de la población mundial. La pared, los recursos del planeta. Y en medio, nosotros.

Realmente, a corto plazo, sería iluso pensar que existe una solución que pueda contentar a todos. Puesto que la degradación del medio ambiente tampoco es considerado un problema que requiera más atención que el de llevarse algo a la boca, pues nos contentamos con aumentar la producción agraria, y por suerte, todavía nos permite alimentar a más gente de la que existe, incluso si parte de los humanos pasan hambre (este tema daría para otro post. Ya estoy cansado de que relacionen a mis queridos transgénicos con el hambre en el mundo y con otras barbaridades mas). Sin embargo, no parece que la agricultura sea sostenible a largo plazo, pues depende en gran medida del estado de conservación de los suelos, del equilibrio en el clima, de los combustibles fósiles, de las plagas, etc.

Entonces, ¿qué hacemos?. Mi respuesta sería aumentar más la intensificación, si cabe. Si fuese posible, meter todo el grano del mundo en invernaderos que ocupen todo el terreno cultivable del mundo y que den 6 cosechas al año. Así comeríamos todos, y no nos preocuparía este tema.

Sin embargo, es muy pretencioso este objetivo, y tiene los mismos problemas que el planteamiento actual. Por ello, la principal vía de actuación desde un punto de vista técnico es la innovación tecnológica, a la que no deberíamos oponernos. Quizás vale cuestionarse por qué no hay semillas transgénicas públicas o por qué nos gastamos gran parte de los alimentos en hacer tocino, pero siempre hay que distinguir en lo que es una crítica constructiva sobre hechos que no son justos, y actitudes escépticas basadas en misticismos y temores más propios de la época de las brujas y las piras. Y ojo, que no seré de los que diga que TODA solución vaya a venir por ahí, o ni siquiera que exista una gran solución.

Ahora, sin embargo, me voy a desviar del punto sobre el que soy machacón, los famosos transgénicos, y voy a entrar a mi propia reflexión. ¿Qué es lo que regula la población mundial? ¿Qué es lo que delimita "cuanta gente" hay en el mundo?

Antes existían factores como las guerras o las epidemias. Sin embargo, hoy día, si bien hay guerras sanguinarias (ya sería hora de que cierto país dejase de expandirse aplastando a cierta población, ejem ejem), no podemos hablar de una guerra que mantenga la población mundial controlada (demos las gracias a los artefactos nucleares). Ni siquiera epidemias (la población de África, acosada por la malaria, el VIH o incluso el ébola, sigue creciendo pese a todo), y los desastres de gran magnitud, como el tsunami de Sumatra, no han supuesto más que un día de decrecimiento de la población mundial. Tampoco tenemos depredadores. Y alimentos por ahora no nos faltan... pero lo harán,

En realidad, el crecimiento de la población se mantendrá mientras que haya alimentos para todos. Y cuando estos se acaben, entraremos en hambruna, y la población alcanzará un nivel estacionario en el que la falta de alimentos nos mantendrá estables. Y ojo, que la estabilidad, por desgracia, no significa que cada pareja solo tendrá dos hijos pensando en la población mundial. Significará, como toda maldita hambruna, en un paseo constante de la parca por las zonas más desfavorecidas del planeta (en realidad, la parca ya se pasea por muchas regiones del mundo, incluso en abundancia de alimentos. Cuando entremos en esa fase estacionaria del crecimiento de la población mundial, el paseo será global).

Una manera original que se me ha ocurrido es actuar como una tribu que Marvin Harris describía en su libro Cerdos, Vacas, Guerras y Brujas. Dicha tribu mantenía un extraño modo de vida que consistía en criar cerdos como si fuesen sus hijos, matarlos, comérselos, declararle la guerra al vecino, plantar un árbol de la paz, y volver a criar cerdos. Lo que el autor explica en el libro es que el sistema de cría de los cerdos tenía un importante sentido práctico: cuando los recursos escaseaban (normal en una agricultura de rozas) y los indígenas lo percibían, llevaban a cabo la matanza de los cerdos, y los comían. Los cerdos eran alimentados como personas: pensemos en que, si no hubiesen habido cerdos, algún humano tendría que haber sido asesinado o haber muerto de hambre. Quizás no sería mala idea tener cerdos sibaritas en casa. Pero no vivimos en una agricultura de rozas.

Otra cuestión sería limitar la natalidad. China ya lo hace. Sin embargo, creo que es un grave error asumir que el aumento de la población se debe a que la gente no hace más que tener hijos.



En este mapa de la fertilidad mundial que he encontrado en un minuto utilizando Google, podemos apreciar que, aún existiendo un gran número de excepciones, hay ciertos patrones en la distribución de las altas tasas de fertilidad: en África, altas tasas de fertilidad; en Europa, bajas tasas de fertilidad.
Alguna gente (sin intención de insultar, con una concepción bastante racista), considera de manera implícita que los africanos deben ser un poco tontos, porque no se dan cuenta de que pasan hambre y que por eso no deberían tener más hijos.

La razón de que en África haya una tasa de natalidad mayor que en Europa se debe a una diferencia del régimen económico entre los dos continentes. Europa se encuentra en una fase post-industrial, donde los hijos son un auténtico gasto (academias, universidad, ropa, comida, móvil, paga; y todo ello mientras que no hayan problemas mayores con la ley o con la droga), mientras que en África predomina la agricultura pre-industrial, donde la mejor manera de mantener la producción y de paso, de llegar a la vejez, es tener muchos hijos que ayuden con la producción y que te cuiden cuando llegues a la vejez. Es decir, un hijo no es un gasto, sino una inversión; así ocurría aquí mismo en España en la época de mi abuela y después incluso. Y aquí dejo este epígrafe sobre África, un continente que aún no he visitado.

Es difícil mantener un control de la natalidad en un mundo con realidades materiales tan distintas. Si la solución fuese que todas las economías fuesen desarrolladas (¡Qué bonito!). Sin embargo, es muy probable que si en ciertos países vivimos relativamente bien, es gracias a que otros viven peor. Desde mi punto de vista, no creo que podamos vivir en un mundo de bienestar global: ni tenemos los recursos físicos, ni nuestro estilo de vida se podría sostener en un mundo de justicia global (pregúntate de dónde sale el tungsteno que lleva tu teléfono móvil, o dónde se ha montado). Y por otro lado, tampoco parece que haya ningún plan viable ahora mismo para llevarlo a cabo.

En el caso de un hipotético bienestar global y control de la población, sería una buena pregunta el hecho de si se podría mantener el crecimiento económico al que nos encontramos acostumbrados a desear. Imaginemos que mañana no va a vivir más gente que hoy. Esto significaría que la gente nacería reemplazando a gente que acaba de morir. Conforme mejora la alimentación y la atención sanitaria (quizás esto ya no), vivimos más, así que supongamos que la tasa de natalidad es cada año es más baja, debido a la aparición de ancianos centenarios supongamos. Esto significaría que a la larga, el mantenimiento de toda la economía estaría a cargo de cada vez menos gente joven, y cada vez habría un mayor número de, siendo directos, viejos. Esta tendencia a la vejez, si se da en único país, puede arreglarse trayendo trabajadores de otros países; pero en este caso hipotético de desarrollo global, no habría país que trajese jóvenes. La población, estabilizada en los siete mil millones actuales continuaría avejentándose hasta que se diesen dos situaciones distintas: la estabilización en una edad máxima (la vida humana tendrá un limite, supongo) o el colapso de la economía, que provoque un efecto contrario al del crecimiento de la esperanza de vida o de la población.

Por otro lado, el crecimiento de la economía tiene también su relación con el hecho de esperar mañana más habitantes que hoy. Más trabajadores. Más consumidores.

Y concluyo dejando claro que no tengo ni idea de cómo arreglar el singular problema de la superpoblación. Quizás aumentando la producción de alimentos, acrecentemos el problema; por otro lado, no creo que nadie tenga ganas de pasar hambre en un futuro, por muy sacrificado que se sea en pro del medio ambiente. Un amigo mío dice de tirar bombas al azar para reducir la población mundial (como estudiante de biotecnología, creo que un virus daría más juego en ese sentido). Pero creo que, antes de llegar a ese punto, mejor sería una campaña de castración masiva. En todo caso, aprovecho para volver a repetirlo: hay que apoyar el desarrollo científico y tecnológico. Es una de las principales esperanzas para no caer en una fatal "edad oscura global".

NOTA: No he hablado nada de las estructuras de poder de este planeta, que tienen muchísimo que ver con el tema del hambre. He obviado todas las matanzas que se pueden dar a diario en conflictos terribles. Y he hablado, aunque con ironía (espero que se detecte), de métodos de control de la población. Y todo ello no significa que no vaya a hablar más tarde de las estructuras del poder, que no me interese que la gente se mate fuera de casa, ni que tenga ganas de controlar la población. Como dije al principio del texto, no pretendo llegar a una conclusión, sino subrayar un problema.

NOTA 2: ¿Descartamos los viajes espaciales? ¿Los terraformers? ¿La vida submarina?

NOTA 3: ¿Y qué tenía que ver el tocino con esto?

sábado, 29 de noviembre de 2014

Fracasar y aguantarse.

Mi primera entrada se la dedico al fracaso.

Cuando uno mira una película, suele ver en general personas apasionadas, ya sean policias, amantes, soldados, etc. Pero todos personas que luchan por un objetivo, incluso si este podemos considerarlo malvado.

Y me da por pensar que, si bien esta gente existe, es solo una parte. No a todo el mundo le ama alguien, ni disfruta de su trabajo; ni siquiera todo el mundo tiene algún objetivo. A veces, la realidad consiste en estudiar, trabajar, pagar facturas, y matar el tiempo de algún modo. A veces, existe una forma de fracaso (académico, laboral, sentimental, lo que sea) que se pega a la suela del zapato, y que no hay forma de quitarse. Y la vida consiste en fracasar y aguantarse.

Cuando los humanos construimos catedrales, levantamos puentes, descubrimos grandes avances científicos o mandamos sondas al espacio, ¿qué cantidad de esa gente feliz e ilusionada habrá detrás? ¿Son los grandes logros un producto de los soñadores, o un producto de gente que busca una manera de vivir?

Y mi pregunta más importante ¿Quién tiene más mérito? ¿La gente soñadora, a la que la vida le sonríe, o los luchadores que se comen el fracaso, y se levantan para seguir viviendo?

domingo, 23 de noviembre de 2014

Hola, mi nombre es Bruno, y este es mi blog.

En realidad, este blog ya existe desde hace 2 años, pero lo he borrado todo, las 93 entradas que tenía. ¿Por qué borrar 93 entradas de una? Bien. La principal razón es porque creo que en dos años, una persona joven puede haber roto con muchas de sus tendencias reflexivas anteriores, y al menos en parte, así es en mi caso.

La verdad... 

es que nunca he apuntado a ser un gran literato, y menos apuntaban mis entradas anteriores. Quiero acabar con esto. Quiero que las entradas de este blog estén bien escritas, y que sirvan para convencer de ciertas ideas: la necesidad de un conocimiento científico, la necesidad de un movimiento obrero, y la necesidad de una filosofía de vida distinta a la que aportan los anuncios de los gimnasios.

El anuncio viene a ser algo así
a "Deja de ser un vulgar gordo
y conviertete en un cachas
del que cuelgan las nenas".
Como gordo mental, me indigno.
Por otro lado, quiero volver al buen vicio de tener un blog, y de expresar en voz alta cosas que piensas. Porque si bien es cierto que no soy ningún Noam Chomsky, si que creo que merezco un cachito de internet (que es muy barato) para escribir esos chispidos que se producen, ocasionalmente, en mis neuronas.

Procuraré escribir una vez a la semana, aunque bueno, esto es como lo de ir al gimnasio, o desfragmentar el disco duro (o estudiar día a día). Es bonito en la teoría, y ahí se queda. Pero estoy seguro que de vez en cuando volveré aquí.

¿Mis intereses?

Bueno, lo que más me interesa es la ciencia, en concreto, la biotecnología y biología molecular. Por ello estudio mi carrera, y pretendo especializarme en biología computacional.
Por otro lado, también me interesa la política, aunque desgraciadamente, es un campo donde no conviene nunca ilusionarse.

Y como no, me interesa el cine y la música. La lectura desgraciadamente es un buen vicio que nunca tengo tiempo para llegar a ejercer, y si bien es cierto que cuando un libro me gusta, me lo devoro a cien páginas por día, me cuesta encontrar libros que me desaten tanta pasión.

Espero que al lector de este blog le guste lo que ven sus ojos.

Un saludo.